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Cuentos del Pastor

AHORA QUE YA MORÍ

– ¿Qué sucede? no entiendo, solo sentí un dolor fuerte en la cabeza, mareos y ahora estoy tan confundido.

– ¿Qué sucede? no entiendo, solo sentí un dolor fuerte en la cabeza, mareos y ahora estoy tan confundido.

¿Qué pasa? ¿Por qué mi esposa corre y llora?
Dicen que morí, ¡pero no! estoy aquí, aunque ellos no me ven y no puedo abrazarlos.

Ahora están trasladando a alguien en una carroza fúnebre, ¿soy yo mismo? ¡qué extraño!

Veo a mi familia con gran dolor, todos lloran.

Yo ya no siento dolor ni tristeza; es como ser un simple espectador.

Pasaron dos días, mi familia regresa a casa sin mí. Les dejé un gran vacío.

Ya alguien ocupa mi puesto de trabajo y todo vuelve a ser como antes, corren, atienden llamadas, hacen pagos, envían documentos, firman planillas; en fin, es como si nunca hubiese faltado. ¡Qué bien! algunos compañeros se acuerdan de mi a ratos, y lamentan que ya no este.

Sin embargo en mi familia, el vacío persiste.

Mi esposa llora, está confundida, no sabe cómo hacer sin mí.

Mi hijo pequeño pregunta: – ¿Dónde está papá? y mi esposa le dice que estoy en el cielo.

Mi hija mayor acaba de comprender dolorosamente lo que es la muerte; no deja de llorar, no quiere ir a clases, no se puede concentrar, y tampoco come.

Mi perro se paró en la puerta y de ahí no hay quien lo saque, come, bebe agua y regresa a su puesto de espera. –

Pasa el tiempo…

– Hoy mi hijo cumple cuatro años y yo no estoy.

Él se aferra a su mamá, se ha vuelto tímido y retraído, no hay una figura paterna para él, ya papá no esta…

Mi hija ya de 11 años casi no habla, a veces su mama la encuentra llorando, bajo mucho las notas y no muestra interés por nada.

Mi querida esposa, con la carga sobre sus hombros; con toda la responsabilidad de dos hijos pequeños, tiene que sonreír a los niños para darles fortaleza.

Ya pasaron siete años y todo sigue igual, en casa el vacío, la tristeza.

En la empresa donde trabajaba ya nadie me nombra, y todo sigue igual sobre la marcha.

¿Sabes que dijo el forense? Que morí por stress. En mi cerebro se reventó una vena; hubo una subida de tensión cuando me llamaron de mi trabajo, y me dijeron que de los 10 camiones que solicite sólo llegaron 7. Y todo acabo…

Tarde me doy cuenta que para la empresa que trabajaba era uno más, completamente reemplazable; pero que para mi familia era único e insustituible. –

Reflexión

Donde más importantes e irremplazables seremos, es en el corazón de los que nos aman. Y esto incluye a Dios y a los nuestros.

¿Por qué será que tardamos tanto en comprenderlo?

Soportamos y nos esforzamos por ser únicos en los terrenos dónde sólo seremos fácilmente reemplazados y olvidados. Finalmente la soledad llegará para decirnos que no supimos guardar, ni valorar nuestro mayor tesoro: los corazones de quienes sin un mezquino interés decidían amarnos.

Damos por sentado que está todo entendido. Que nuestro amor es comprendido por el esfuerzo que realizamos, y dejamos de lado el contacto, el abrazo y el beso que retribuye y satisface.

¡Cuánto valemos para nuestros seres queridos! ¡Y qué poca importancia le damos! ¿Cuándo podremos capturar sensiblemente esos momentos de entrega amorosa? ¿Cuándo nos daremos ese regalo?

Parece que el amor se ha trasformado en cursi y anticuado. Parece que este vital componente de la vida humana se está apagando.

Hoy decimos amar a Dios más que todas las cosas. Lloramos y nos compungimos de corazón en el Altar; pero también dejamos a nuestra familia sin una sola muestra de cariño. ¡Algo funciona mal!

Recordemos lo siguiente:

Cuando Él quiso muestras de amor de nosotros, contempló nuestros afectos:

“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mi.” –  (Mt. 10 37 – RVR 1960) ¿Significa que a Él le preocupaba que amemos a los nuestros? ¡En ninguna manera! A Él le preocupaba que hagamos una idolatría de nuestros afectos.

Amar y hacerles justicia a los nuestros es una manifestación de hijos de Dios:

-“En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros”. – (1 Jn 3. 10, 11 – RVR 1960)

Ahora que no morimos, estamos a tiempo de saberlo.

Pastor Rubén Herrera

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